Los sindicatos, tan acostumbrados a dirigir su léxico reivindicativo hacia gobiernos y patronales, también deberían, aunque solo fuera de vez en cuando, someterse a una autocrítica para adaptarse a los tiempos y definir papeles y objetivos.
El trabajador de a pie, esto es, la inmensa mayoría de los mortales, tengan o no contrato en activo (con la que está cayendo, conviene matizar para no excluir a media humanidad), no entiende de rencillas personales ni de flirteos con quien pretende estrujar sus bolsillos para seguir en primera fila y ostentando una representación de primer orden con una nómina cada vez más mermada de afiliados.
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miércoles, 5 de mayo de 2010
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